Marionetas de carne y hueso

¿Hasta qué punto causaría usted daño a alguien si fuera por orden de un tercer sujeto? Seguro que su respuesta sería "Jamás haría daño a alguien simplemente por que otra persona me lo pidiera", pero yo no estaría tan segura de ésta respuesta.
Hablo pues del nivel de influencia o de maleabilidad que ejercen las figuras de poder sobre un sujeto normal y corriente. Y es que estamos educados para obedecer ordenes, ¿pero hasta qué punto?. Las personas, como tales, siempre buscamos la aceptación social, la pertenencia al grupo, de lo contrario somos los marginados, la "oveja negra descarriada". Imaginemos por un instante que para ser aceptados en el grupo, debemos de superar una serie de pruebas, las cuales consisten en degradar o humillar, incluso dañar, a una persona completamente inocente. Si no lo hacemos no seremos aceptados en el grupo, si lo hacemos pasaremos a formar parte de "uno más del grupo".
Siempre nos sentimos empujados a hacer lo que los demás, ¿pero hasta qué punto renunciaríamos a nuestros propios principios con tal de ser aceptamos por el resto de la sociedad?. He ahí la cuestión.
Nos movemos, actuamos e incluso pensamos conforme a los que nos dicen que debemos hacer.
Experimentos como el de Milgram o el de La Tercera Ola no dejan de sorprenderme. Es fascinante como nos dejamos arrastrar por la aceptación grupal y el sentimiento de pertenencia, así como el sentirnos respaldados por una figura de autoridad, aun que sepamos que lo que nos manda hacer está mal. Parece que son sólo unos pocos los que mantienen sus principios en alza, y en mi opinión, esto ocurre por que la mayoría de personas no se planten si quiera su propia existencia, se limitan a vivir y a pensar tal y como la sociedad le ha dicho que debe hacer.
Somos, de este modo, marionetas de carne y hueso, manejables por cualquier figura que represente, aun que sea a mínima escala, autoridad.


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