Por trece razones... tenemos que hablar de bullying.
A propósito de Hannah Baker.
El bullying es un tema que lleva resonando en nuestras cabezas algún
tiempo, sin embargo, las medidas y los mecanismos de actuación siguen siendo
insuficientes. Los últimos estudios confirman que el 9,3%
de los menores han sufrido alguna conducta de acoso (Informe Save The
Children, 2016). Y para el rezagado que aún no sepa de qué estamos hablando, el
bullying es cualquier
forma de maltrato, ya sea psicológico, verbal o físico que se produce entre
pares reiteradamente y durante un tiempo, tanto en el tiempo escolar, como a
través de las redes sociales (esto se conoce como ciberacoso o ciberbullying).
Este tipo de violencia es más frecuente en los centros escolares y es de tipo
emocional. Se considera que en la dinámica del acoso están implicados los
siguientes: el agresor, el agredido, el resto de compañeros, la propia escuela
y las familias (Patiño, 2016)
Veamos, a
propósito de Hannah Baker, las trece razones de porqué tenemos que hablar de
bullying, y de todo lo que le rodea.
1.
Ser
la nueva/el nuevo. La situación de vulnerabilidad a la que se enfrenta un menor
al entrar a un nuevo instituto es, simplemente, HORRIBLE. No integrarse en los
primeros días del curso, o hacerlo con las personas inadecuadas, puede marcar
un antes y un después en la vida de cualquier persona.
2.
El
mote. Todos hemos pasado por eso, ¿no?¿a quién no le han puesto un mote en el
instituto? De ti depende como te lo tomes… ¿o no? Los motes o apodos pueden ser
inofensivos, graciosos, e incluso bienvenidos, sin embargo, a veces, los apodos
dejan de ser apodos y se convierten en etiquetas: “el tonto”, “la zorra”, puede
ser un cartel que se arrastre toda la vida. Así, el cartel lo verán todos, y
empezarán a creer que si llevas ese cartel es porque te define, así que
comenzarán a tratarte conforme a él, despersonalizando, de este modo, por
completo a la víctima, que comienza a interiorizar que es “tonto”, o que es una
“zorra”, porque todos le tratan como tal.
3.
Los
amigos. Son sin lugar a duda la parte más importante de la adolescencia. Entre
los 13 y los 20 ningún adolescente quiere saber nada de sus padres, y los
estudios son la obligación que debes cumplir, guste más o menos. En cambio, los
amigos son los que dan sentido a la adolescencia, sentirse integrado en un
grupo es la sensación más reconfortante que puedes sentir a esa edad. Que te
esperen en el patio, que te busquen al sonar la sirena, que escuchen tus penas,
tus desamores, y tus más profundos pensamientos. La falta de ellos convierte al
menor en un ser vacío, vulnerable ante cualquier minucia, expuesto a cualquier
golpe que puedan darle, mientras busca la aprobación de alguien…
4.
Los
profesores. Son la figura en la que supuestamente deberías confiar tu futuro y
tu educación, pero su labor va mucho más allá de dar lecciones que aparecen en
los libros. Sin embargo, es usual encontrar a docentes que, lejos de su deber,
evitan quebraderos de cabeza, porque ni si quiera ellos están a salvo del
acoso. El profesorado no está, generalmente, preparado para enfrentarse al
acoso entre alumnos, ni preparados para enfrentarse al acoso de alumnos a
profesores. Este es otro gran problema, la falta de formación en materia de
convivencia escolar pone una barrera entre alumnos y profesores que impide que
la confianza fluya en ambos sentidos.
5.
La
desconfianza hacia las víctimas. Es más habitual de lo que debería el hecho de
que se parta, a priori, de que la víctima podría no decir la verdad, y se
confunde la premisa de “es inocente hasta que se demuestre lo contrario” con un
lenguaje que juzga a la víctima por su condición. ¿Qué hiciste para que te hiciera eso?¿Qué llevabas puesto?¿Seguro que no
lo interpretarse mal? Hacer creer a la víctima que su estado como tal es
culpa de ella, o hacerle creer que está exagerando o malinterpretando es de las
más comunes respuestas que obtienen las víctimas cuando deciden contar su
situación. Después nos sorprendemos de porqué hay gente que decide no
denunciar.
6.
Los acosadores.
Si algo deja claro “por trece razones” es que hay muchos tipos de acosadores.
Está el que te margina y te da de lado, el que fanfarronea e inventa rumores
sobre ti, el que te pone el mote, el que te utiliza y el que abusa de su poder
o popularidad. En cierta medida, cualquiera puede realizar conductas de acoso, algunos
de forma puntual (y puede que sin ser conscientes de ello) y otros de forma
habitual. Sin embargo, una víctima puede sentirse acosada pero que no se perciba
así por parte de los demás. Este puede ser el caso de esa víctima que recibe
acoso puntual por parte de diferentes personas, lo que invisibiliza enormemente
el problema de cara a testigos, padres, profesores, e incluso a los acosadores.
Esto es lo que en la serie se traduce como “nadie
la acosaba, es que ella era muy dramática”.
7.
Los
testigos. El testigo de acoso que no denuncia ni actúa frente al problema se
convierte en parte de él. No sólo refuerza y normaliza la conducta de acoso,
sino que hace percibir a la víctima lo sola que está, sintiéndose de esta forma
completamente desamparada.
8.
La
ausencia de intervención, o lo que es peor, la mala intervención. A menudo los
mecanismos de actuación frente a casos de bullying fallan, bien por su ausencia
o bien por la mala gestión. Es usual que el colegio o instituto quiera
silenciar el problema para no repercutir sobre su reputación, tratando de que
la víctima olvide el acoso, o incluso invitándola a cambiarse de centro
educativo.
9.
Chicos,
chicas. Y es que no importa cuán avance la sociedad, ni la tecnología. Las
niñas, chicas y mujeres siguen siendo una diana para las conductas de acoso, y
los papeles siguen sin cambiar demasiado (y si cambian, es para mal). “Por
trece razones” nos muestra un ejemplo: el basket. Y es que los equipos siguen
siendo enteramente masculinos (y nos sigue pareciendo una locura “mezclar”
hombres y mujeres en equipos de deporte), mientras que los grupos de animadoras
siguen siendo, cómo no, femeninos. Los niños y adolescentes siguen aprendiendo
los mismos roles de dominación, y las niñas y chicas siguen interiorizando la
figura de la sumisión. Bueno, ¡no siempre!, ahora ellas también ejercen
conductas de dominación y control sobre sus parejas, especialmente a través del
móvil, haciendo de sus relaciones más tóxicas aún si caben, e interiorizando
que los celos son la mejor demostración del amor.
10. Los tabúes, los estereotipos y las fobias.
A quién pretendemos engañar… vamos de modernos, pero la realidad es que la
homosexualidad, la transexualidad, la discriminación racial o el suicidio
siguen siendo temas tabúes en los centros educativos. Aparentamos que no pasa
nada, pero algo pasa si aún hay personas que tienen miedo de hablar de su orientación
sexual, de su identidad de género, de lo mal que se sienten por no poder hablar
de cómo se sienten sin que una carcajada suene de fondo.
11. Ya no hay fronteras físicas ni temporales.
Estamos hablando de móviles, Internet, y la falta de educación en unos hábitos
de uso saludables. Todo adolescente tiene una poderosa arma entre sus manos
cada día, al ir a clase. Una simple foto puede arruinar la vida de un menor, y
aún nos empeñamos en ignorarlo. No sólo es un arma más que facilita el objetivo
del ataque, sino que amplifica el daño, la difusión del acoso e incluso la
participación de más acosadores.
12. Los padres. Algo falla cuando un padre o
madre no detecta ninguna señal de acoso. Es necesario fijarse en los detalles y
las señales que da el menor, crear un vínculo de confianza con el menor alejado
del modelo de “hazlo porque yo lo digo, y punto”, y por supuesto es
imprescindible un feedback entre padres e instituto, un seguimiento no sólo
sobre notas, sino sobre actitudes, comportamientos, señales, tanto en casa como
en el colegio.
13. El suicidio. Lucía,
Daniel
o Diego
son solo algunos ejemplos de casos reales de menores que tuvieron que
enfrentarse a muchos o todos de cada uno de los puntos anteriormente descritos.
Que un menor de edad se suicide por ser acosado es un claro reflejo del fracaso
del sistema educativo. Ningún menor decide acabar con su vida si no se ve
envuelto en un círculo del que no cree poder escapar. En este sentido, somos nosotros,
docentes, educadores, padres y testigos, los responsables de hacer ver al menor
que del acoso se puede salir.
Y ya lo dice Clay, “no lo hacemos bien, debemos tratarnos mejor y cuidar de los demás. Tenemos
que ser mejores”.
Nuria Rodríguez Gómez
@NuriaRomez
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