Por trece razones... tenemos que hablar de bullying.

A propósito de Hannah Baker. 



Veamos, a propósito de Hannah Baker, las trece razones de porqué tenemos que hablar de bullying, y de todo lo que le rodea.

1.     Ser la nueva/el nuevo. La situación de vulnerabilidad a la que se enfrenta un menor al entrar a un nuevo instituto es, simplemente, HORRIBLE. No integrarse en los primeros días del curso, o hacerlo con las personas inadecuadas, puede marcar un antes y un después en la vida de cualquier persona.
2.     El mote. Todos hemos pasado por eso, ¿no?¿a quién no le han puesto un mote en el instituto? De ti depende como te lo tomes… ¿o no? Los motes o apodos pueden ser inofensivos, graciosos, e incluso bienvenidos, sin embargo, a veces, los apodos dejan de ser apodos y se convierten en etiquetas: “el tonto”, “la zorra”, puede ser un cartel que se arrastre toda la vida. Así, el cartel lo verán todos, y empezarán a creer que si llevas ese cartel es porque te define, así que comenzarán a tratarte conforme a él, despersonalizando, de este modo, por completo a la víctima, que comienza a interiorizar que es “tonto”, o que es una “zorra”, porque todos le tratan como tal.
3.     Los amigos. Son sin lugar a duda la parte más importante de la adolescencia. Entre los 13 y los 20 ningún adolescente quiere saber nada de sus padres, y los estudios son la obligación que debes cumplir, guste más o menos. En cambio, los amigos son los que dan sentido a la adolescencia, sentirse integrado en un grupo es la sensación más reconfortante que puedes sentir a esa edad. Que te esperen en el patio, que te busquen al sonar la sirena, que escuchen tus penas, tus desamores, y tus más profundos pensamientos. La falta de ellos convierte al menor en un ser vacío, vulnerable ante cualquier minucia, expuesto a cualquier golpe que puedan darle, mientras busca la aprobación de alguien…
4.     Los profesores. Son la figura en la que supuestamente deberías confiar tu futuro y tu educación, pero su labor va mucho más allá de dar lecciones que aparecen en los libros. Sin embargo, es usual encontrar a docentes que, lejos de su deber, evitan quebraderos de cabeza, porque ni si quiera ellos están a salvo del acoso. El profesorado no está, generalmente, preparado para enfrentarse al acoso entre alumnos, ni preparados para enfrentarse al acoso de alumnos a profesores. Este es otro gran problema, la falta de formación en materia de convivencia escolar pone una barrera entre alumnos y profesores que impide que la confianza fluya en ambos sentidos.
5.     La desconfianza hacia las víctimas. Es más habitual de lo que debería el hecho de que se parta, a priori, de que la víctima podría no decir la verdad, y se confunde la premisa de “es inocente hasta que se demuestre lo contrario” con un lenguaje que juzga a la víctima por su condición. ¿Qué hiciste para que te hiciera eso?¿Qué llevabas puesto?¿Seguro que no lo interpretarse mal? Hacer creer a la víctima que su estado como tal es culpa de ella, o hacerle creer que está exagerando o malinterpretando es de las más comunes respuestas que obtienen las víctimas cuando deciden contar su situación. Después nos sorprendemos de porqué hay gente que decide no denunciar.
6.     Los acosadores. Si algo deja claro “por trece razones” es que hay muchos tipos de acosadores. Está el que te margina y te da de lado, el que fanfarronea e inventa rumores sobre ti, el que te pone el mote, el que te utiliza y el que abusa de su poder o popularidad. En cierta medida, cualquiera puede realizar conductas de acoso, algunos de forma puntual (y puede que sin ser conscientes de ello) y otros de forma habitual. Sin embargo, una víctima puede sentirse acosada pero que no se perciba así por parte de los demás. Este puede ser el caso de esa víctima que recibe acoso puntual por parte de diferentes personas, lo que invisibiliza enormemente el problema de cara a testigos, padres, profesores, e incluso a los acosadores. Esto es lo que en la serie se traduce como “nadie la acosaba, es que ella era muy dramática”.
7.     Los testigos. El testigo de acoso que no denuncia ni actúa frente al problema se convierte en parte de él. No sólo refuerza y normaliza la conducta de acoso, sino que hace percibir a la víctima lo sola que está, sintiéndose de esta forma completamente desamparada.
8.     La ausencia de intervención, o lo que es peor, la mala intervención. A menudo los mecanismos de actuación frente a casos de bullying fallan, bien por su ausencia o bien por la mala gestión. Es usual que el colegio o instituto quiera silenciar el problema para no repercutir sobre su reputación, tratando de que la víctima olvide el acoso, o incluso invitándola a cambiarse de centro educativo.
9.     Chicos, chicas. Y es que no importa cuán avance la sociedad, ni la tecnología. Las niñas, chicas y mujeres siguen siendo una diana para las conductas de acoso, y los papeles siguen sin cambiar demasiado (y si cambian, es para mal). “Por trece razones” nos muestra un ejemplo: el basket. Y es que los equipos siguen siendo enteramente masculinos (y nos sigue pareciendo una locura “mezclar” hombres y mujeres en equipos de deporte), mientras que los grupos de animadoras siguen siendo, cómo no, femeninos. Los niños y adolescentes siguen aprendiendo los mismos roles de dominación, y las niñas y chicas siguen interiorizando la figura de la sumisión. Bueno, ¡no siempre!, ahora ellas también ejercen conductas de dominación y control sobre sus parejas, especialmente a través del móvil, haciendo de sus relaciones más tóxicas aún si caben, e interiorizando que los celos son la mejor demostración del amor.
10.  Los tabúes, los estereotipos y las fobias. A quién pretendemos engañar… vamos de modernos, pero la realidad es que la homosexualidad, la transexualidad, la discriminación racial o el suicidio siguen siendo temas tabúes en los centros educativos. Aparentamos que no pasa nada, pero algo pasa si aún hay personas que tienen miedo de hablar de su orientación sexual, de su identidad de género, de lo mal que se sienten por no poder hablar de cómo se sienten sin que una carcajada suene de fondo.
11.  Ya no hay fronteras físicas ni temporales. Estamos hablando de móviles, Internet, y la falta de educación en unos hábitos de uso saludables. Todo adolescente tiene una poderosa arma entre sus manos cada día, al ir a clase. Una simple foto puede arruinar la vida de un menor, y aún nos empeñamos en ignorarlo. No sólo es un arma más que facilita el objetivo del ataque, sino que amplifica el daño, la difusión del acoso e incluso la participación de más acosadores.
12.  Los padres. Algo falla cuando un padre o madre no detecta ninguna señal de acoso. Es necesario fijarse en los detalles y las señales que da el menor, crear un vínculo de confianza con el menor alejado del modelo de “hazlo porque yo lo digo, y punto”, y por supuesto es imprescindible un feedback entre padres e instituto, un seguimiento no sólo sobre notas, sino sobre actitudes, comportamientos, señales, tanto en casa como en el colegio.
13.  El suicidio. Lucía, Daniel o Diego son solo algunos ejemplos de casos reales de menores que tuvieron que enfrentarse a muchos o todos de cada uno de los puntos anteriormente descritos. Que un menor de edad se suicide por ser acosado es un claro reflejo del fracaso del sistema educativo. Ningún menor decide acabar con su vida si no se ve envuelto en un círculo del que no cree poder escapar. En este sentido, somos nosotros, docentes, educadores, padres y testigos, los responsables de hacer ver al menor que del acoso se puede salir.


Y ya lo dice Clay, “no lo hacemos bien, debemos tratarnos mejor y cuidar de los demás. Tenemos que ser mejores”.


Nuria Rodríguez Gómez
@NuriaRomez 

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